Es mejor dar que recibir - Fundación Kabbalah

Es mejor dar que recibir

¿Por qué es mejor dar que recibir? Hay muchas explicaciones, una es que es más feliz el que da, que el que recibe.

  • Cuando alguien da, está imitando la conducta de Hashem, que eso lo convierte en un acto espiritual, y como es sabido, los actos espirituales son los que llenan al hombre de felicidad. Y no solo eso, sino está cumpliendo también con una Mitzvá, que se llama: “Vehalajtá Bidrajav” – “Y andarás en sus caminos”.
  • Cuando alguien da, se siente mejor que el que recibe y lo quiere más; ya que la persona que da, está dando parte de él, entonces no le basta con quererse a sí mismo, sino también siente la necesidad de querer a los demás.
  • Cuando alguien da, siente que hizo algo en su vida, a diferencia del que recibe, que se siente mantenido por los demás.

Es más hermoso dar que recibir

David recibió un lujoso automóvil como regalo de su hermano.

Para estrenarlo salió de su oficina y se encontró con un niño que admiraba su coche nuevo.

Señor, ¿este es su coche? preguntó el niño.

Sí, es mío, mi hermano me lo regaló.

¿Quiere decir que su hermano se lo regaló y a usted no le costó nada? El niño se quedo soñando y pensando… y empezó a decir ¡Cómo me gustaría…!

David creía saber lo que el niño iba a decir, que le gustaría tener un hermano así, pero lo que el niño realmente dijo, estremeció a David…

¡Cómo me gustaría poder ser un hermano así!

David miró al niño con asombro, y añadió: ¿Te gustaría dar una vuelta?

¡Ah sí, eso me encantaría!

Después de un corto paseo, el niño le miró con sus ojos chispeantes y le dijo:

Señor… ¿No le importaría que pasáramos frente a mi casa?

David sonrió. Creía saber lo que el muchacho quería, enseñar a sus vecinos que podía llegar a su casa en un gran automóvil, pero de nuevo, David se equivocó.

¿Se puede detener donde están esos dos escalones?

Subió corriendo y al rato regresó, pero no venía solo, traía consigo a su hermanito paralítico.

Lo sentó en el primer escalón, mirando hacia el coche.

¿Lo ves Marcos? allí está, tal como te lo dije… su hermano se lo regaló, a él no le costó ni un centavo. Algún día yo te voy a comprar uno igualito, entonces podrás vivir todas esas cosas tan bonitas que te he contado.

David, bajó del coche y subió a Marcos en el asiento delantero.

El hermano mayor, con sus ojos radiantes, se subió tras de él y los tres comenzaron un paseo memorable.

Ese día, David comprendió lo que Dios quería decirle: “Es más hermoso dar que recibir”

No te olvides de: Dar amor, dar esperanza, dar ánimo….

Dar sin pedir nada a cambio, es un regalo.

¡Decidamos ser personas predispuestas a DAR a todos los que necesitan, ya que una simple actitud puede cambiar una vida!

El mejor regalo de Purim:

El Rab Mendlowitz estaba haciendo la compra de regalos de Purim para sus hijos en una gran tienda de su ciudad.

Allí había un padre con su hija que también estaba comprando juguetes para Purim. Ellos ya habían llenado su canasta de algunos juguetes y la pequeña niña estaba ocupada buscando algunos más.

¿Este cuesta mucho papá?, le preguntó la niña a su padre mientras le mostraba una hermosa muñeca.

“No, está bien, puedes llevarla”, le respondió su padre.

Entonces la niña pone la muñeca en la canasta y luego tomó una segunda muñeca y le preguntó a su padre si podía comprar esa muñeca también. “Seguro”, le dijo su padre y la niña la puso en la canasta.

De repente, la atención del Rab Mendlowitz se desvió rápidamente hacia otro niño que también estaba con su padre haciendo las compras de Purim.

Ellos escucharon que el niño le rogaba a su padre que le comprara un auto de control remoto. El padre le decía que eso era muy caro, pero el niño insistía. “Por favor papá”, le suplicaba, ¡éste será el mejor regalo de Purim que jamás podré recibir! ¡Por favor papá cómpramelo!

Tú sabes que no podemos comprarlo. ¡Vayamos al final de la tienda y escoge de ahí algunas lindas calcomanías! Le dijo el padre mientras comenzaba a caminar en dirección al estante de las calcomanías con su hijo, muy triste, detrás de él.

Al ver todo lo que había ocurrido, la niña miró a su padre y le dijo: ¡He decidido que no quiero la muñeca! Ella la colocó de vuelta en su lugar y camino hacia el pasillo siguiente donde tomó el auto de control remoto que el niño le había pedido a su padre y lo puso en la canasta. Unos minutos mas tarde, el Rab Mendlowitz estaba parado en la fila para pagar su compra. Delante de él, estaban la niña y su padre. Él vio que después de que su padre pagó, la niña le dio al cajero el auto de control remoto y le susurró algo al oído y el cajero puso el auto debajo del mostrador. El Rab Mendlowitz pagó los juguetes que había comprado y mientras ordenaba dentro de las bolsas, se quedó mirando al hombre con su hijo, que estaban detrás de él y se disponían a pagar las calcomanías que habían escogido.

De repente, el cajero exclamó: ¡Felicitaciones! ¡Felicitaciones! Usted es el cliente número mil de esta semana. ¡Se ha ganado un hermoso auto de control remoto! Luego sacó el auto debajo del mostrador y se lo dio al niño. El niño se asombró mucho, y con una gran sonrisa en el rostro, le agradeció al cajero y luego le dijo a su padre. “Es el mejor regalo de Purim que jamás haya tenido”. El Rab Mendlowitz notó que la niña y su padre se miraron y se sonrieron uno al otro al salir de la tienda. El Rab muy conmovido por el hermoso acto de bondad que acaba de presenciar, caminó hasta su auto para volver a casa. Casualmente, el Rab Mendlowitz había estacionado su auto al lado del auto del padre de la niña. Cuando estaba caminando hacia su auto, él escuchó que le dijo el padre a su hija: “Fue muy lindo lo que has hecho, pero tu sabes que tus abuelitos te mandaron el dinero para que tú compres juguetes para Purim”.

La niña le respondió: “Mis abuelitos me dijeron que lo use para comprar algo que me haga feliz, y “el haberle regalado el auto a ese niño me hizo muy feliz”.

¡Qué hermosa lección nos ha enseñado esta niña! A veces, uno puede disfrutar más de un regalo cuando se lo da a otra persona, que cuando lo adquiere para sí mismo.

por Rav Salomón Michan

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