Pareciera que el mundo está cada vez más polarizado en sus opiniones y las personas están cada vez menos dispuestas a cambiar las suyas.

Cada vez es más difícil encontrar a alguien que diga ”pensándolo bien, cambié de opinión”. Como si ello fuera razón de descrédito o un signo de debilidad. Por qué las personas ya no quieren cambiar de bando? Será que es el ego, y no el alma quien “está opinando”? Será que preferimos las consecuencias de una decisión equivocada, a simplemente admitir que ahora pensamos distinto?

En los tiempos recientes, y en los que pronto llegarán, las personas se han visto y verán obligadas de manera más apremiante a tomar una posición: a favor o en contra de la vacuna, a favor o en contra de tal o cual candidato, etc. Y llegarán pronto los días en que la indecisión ya no será una opción. Por lo tanto, es muy importante, como seres espirituales que somos, reflexionar sobre el mecanismo que utilizamos para formarnos una postura respecto de los temas; desde nuestra razón, nuestras emociones, y desde luego, desde el alma.

En esta reflexión, puede ser útil recordar qué es lo que significa realmente respetar la opinión ajena. Desde esta propuesta, respetar la opinión ajena NO significa estar de acuerdo con ella, y ni siquiera significa considerar una cierta postura como respetable (Ejemplo: Si alguien considera legítimo golpear a su cónyuge, personalmente no me parece que sea una postura respetable). Respetar la opinión ajena, significa más bien respetar al otro en cuanto sujeto opinante, es decir, reconocer el derecho que tiene otra persona,  como ser humano, a tener una postura frente a las cosas, aunque yo no esté de acuerdo con ella. Es decir, es respetar al opinante, no necesariamente la opinión. Con ello, junto con reconocer la dignidad del otro, también reconozco mi propia dignidad, más allá de lo que yo opine o no en un momento determinado. Al punto que se quiere llegar es a declarar que, aunque mi opinión esté equivocada, o aunque yo decida modificarla por otra mejor, no por ello yo voy a dejar de ser un sujeto digno. Al reconocerme y respetarme como tal, voy a estar en mejores condiciones de mantener una postura dada o de cambiarla, sin que por ello mi dignidad sea afectada. Esto nos permite asumir un criterio respeto de las cosas mirándolas con el alma, no con el ego.

No hay nada peor que obligarnos a tomar decisiones que tienen consecuencias en el mundo del 1%, a contrapelo de lo que quiere el alma. Nada bueno puede resultar cuando nos olvidamos de la integralidad de nuestro ser. Las “dobles vidas” se pagan caras, y es mejor reconocer de una vez lo que el alma quiere, y no pagar las consecuencias de algo que para nosotros es una falsa verdad.

Con cariño,

Maestra Carolina Castagneto

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