El alma eterna

Yo tengo pruebas de que el alma existe y tengo pruebas de que sobrevive a la mente. ¿Y saben cómo lo sé? Porque durante diez años trabajé con enfermos de Alzheimer y de demencia. Trabajé con personas que tenían la mente en estado de desintegración pero que tenían el alma en perfecto estado.

No tardé mucho en darme cuenta de que si bien los ancianos con los que trabajaba no lograban recordar hechos ni rostros, si yo les planteaba un dilema moral, siempre obtenía una respuesta.

Yo preparé una lista de preguntas para hacerles durante nuestras sesiones de debates semanales. He aquí algunos ejemplos:

  1. ¿Cuál es el propósito de la vida?
  2. ¿Cuál es el secreto de un matrimonio feliz?
  3. ¿Cómo puedo ser mejor padre-madre? ¿Mejor amigo? ¿Mejor vecino?
  4. ¿Qué virtudes tengo que buscar en una pareja?
  5. Si estuvieras conduciendo tu auto en una noche tormentosa y vieras tres personas paradas en la parada del autobús, y tuvieras solamente lugar para dos, a quién llevarías: ¿al médico que una vez te salvó la vida, a tu amor verdadero o a un anciano?

Estas preguntas suscitaban conversaciones muy animadas y me permitían comprender la moral y los valores de la gente con la que trabajaba.

Una mujer con Alzheimer que ni siquiera podía reconocer a su propia hija supo advertirme que no debía tomar prestados objetos de mi vecina a menudo o que el matrimonio implica darle al otro. La gente habla abiertamente de sus sentimientos espirituales y de su creencia en Dios. “Él es el Único Gran Jefe” me dijo un anciano de noventa años.

Un psiquiatra probablemente diría que existe una explicación lógica para la capacidad de expresar opiniones y al mismo tiempo no poder recordar hechos personales, pero yo creo que Dios me estaba mostrando otra cosa. Existe un motivo espiritual por el cual una mujer con Alzheimer puede decirme fácilmente que, si se lo cría como es debido, el niño no debería tener miedo de contarles la verdad a sus padres o que a la gente no le gusta ver a los ancianos porque eso les trae a la mente el tema de la muerte y sin embargo, esta misma mujer no logra recordar en qué país está viviendo.

El mejor ejemplo que tuve de este fenómeno fue de mi propio padre. Por esa época él se estaba recuperando de una operación al corazón y entre el trauma y las pastillas que le habían recetado, él tenía la mente totalmente confusa. La primera noche que pasó en casa después de salir del hospital nos paramos junto a la mesa de Shabat. La mayoría de mis hermanos estaban allí presentes. Mi padre estaba desorientado; se confundía los nombres de sus hijos y cada vez se sentía más frustrado. No lograba entender por qué no le respondíamos las preguntas que nos hacía, y que para nosotros no tenían sentido. Mi madre muy suavemente le pidió que hiciera la bendición del vino. Mi hermano lo ayudó a pararse y con cuidado le pasó la copa de kidush. Pero a él le temblaba la mano y se le derramó el vino a los dedos. Mi padre, que era un experto químico de la Administración de Alimentos y Remedios y tenía las manos de un cirujano, ahora no podía controlar sus temblores. Daba lástima verlo y entonces mi hermana y yo nos pusimos a llorar.

Pero entonces la voz de mi padre resonó bien clara y fuerte y con una hermosa melodía recitó la bendición del kidush sin ningún problema. Al momento de alabar a Dios, su alma dio un paso al frente y se hizo cargo.

He dicho.

por: Yehudit Channen vía breslev.co.il

 

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