El mes de Elul también es conocido como el mes de la Tzedaká. Este concepto tradicionalmente se conoce como caridad, pero también tiene otro significado, desde mi punto de vista mucho más profundo y es el de JUSTICIA. La Tzedaká es la porción de nuestro dinero que destinamos para los más necesitados de nuestra comunidad. Es más que una buena obra o un acto de bondad, es un deber ético ayudar a nuestros hermanos a restituir su dignidad. La Toráh nos instruye: “si hay un necesitado entre ustedes no endurezcas tu corazón, no cierres tu mano contra el necesitado de tu tierra”.

Nuestros sabios nos dicen que debemos dar a otros para hacer justicia en el mundo, no menos del 10% y no más del 20% de nuestros ingresos. El dinero es energía y se transforma en LUZ cuando lo usamos con la KAVANÁ (intención) correcta, con la perspectiva de que esta bendición luminosa que hemos recibido es también para compartir. Pero ¿Quiénes son los verdaderos necesitados? Son aquellas personas que no pueden sostenerse económicamente a si mismas ni a su familia o que están a punto de empobrecerse (desempleados, ancianos, niños, desvalidos y enfermos, etc.) Primero debes ayudar a los desposeídos de tu familia, luego de tu comunidad/país y después del resto del mundo.

La Tzedaká es una tremenda herramienta espiritual, no solo porque el acto en si de dar te llena de plenitud, sino porque también te ayuda a quebrar tu propio miedo a no tener. Al soltar parte de lo que tienes, lo que te ha costado tanto esfuerzo generar, le estás dejando a Dios el mando de tus finanzas, sueltas el control y te liberas de la angustia que provoca la incertidumbre del mañana. Milagrosamente, lo saben los que practican permanentemente la Tzedaká, mientras más das más recibes. Las matemáticas de Dios no operan con las reglas de la aritmética.

¿Te imaginas nuestro mundo si todos practicáramos la justicia con nuestros hermanos? Este mes en que nos preparamos para recibir un nuevo año, abramos nuestra mano y corazón, venzamos el miedo y confiemos que seremos sostenidos por Dios.

Con cariño,

Maestra Claudia Vásquez

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