Así de simple: sin dar ni pedir explicaciones
A veces nos «disfrazamos» ante el mundo, nos «mostramos» diferentes, y nos «exhibimos» de un modo exclusivo, porque simplemente no nos gusta como somos.
O porque nos consideramos como «uno más del montón» y preferimos ser «otros».
Extraordinarios, asombrosos, sorprendentes, fenomenales y fabulosos.
Hay quien se presenta como un ser interesante y sugestivo.
Otros, haciendo alarde de un cierto dejo exagerado de inteligencia.
Y algunos prefieren exponerse de un modo un tanto indescifrable, para lograr llamar la atención de la mayor cantidad de individuos posibles.
Soy de todo un poco, me adapto y me decoro para la ocasión.
Pero, a todos, y en todos los casos, la vida y sus vicisitudes nos sacude el disfraz.
Lo desacomoda, lo desencaja.
Y finalmente, y suele suceder en los peores momentos, terminamos por enseñar lo que verdaderamente somos.
«Del derecho y del revés, uno sólo es lo que es, y anda siempre con lo puesto».
Así de simple, expuestos de verdad ante el mundo y ante nosotros mismos.
Porque, quizá, el aceptar la opinión de quien nos quiere bien, y también la nuestra sea el único camino para mejorar, paso a paso, y rectificarnos gradualmente, hasta lograr aceptarnos, así, tal como somos: imperfectos, pero perfectibles.
Carentes, pero con un enorme potencial para crecer y renovar.
E incluso, quién sabe, si nos animamos a quitarnos el disfraz, algún día podamos llegar a aprobarnos a nosotros mismos.
E incluso a querernos.
Así, tan maravillosos como somos, cada uno de nosotros.
A imagen y semejanza divina.
por: Rabino Daniel Karpuj