Cómo aceptar el desafío y conquistar el miedo.
Cuando estaba en secundaria, jugaba para el equipo de basquetbol de la escuela. Todo el año esperé ansiosamente la oportunidad de viajar al torneo nacional. Finalmente arribó el día y llegamos a la hermosa residencia donde nos alojaríamos. No era una casa normal; era una hermosa mansión ubicada en un impresionante predio. Durante nuestro recorrido por la propiedad, descubrimos un hermoso lago cristalino con su propio trampolín.
La señora de la casa notó nuestro deleite. “¿Les gustaría conocer a nuestro pez mascota?”, preguntó con un brillo en los ojos.
Yo asentí y la mujer sacó un poco de una extraña comida de su bolsillo, silbó, y una inmensa piraña carnívora con afiladísimos dientes se asomó a la superficie del lago.
Yo tragué saliva y dije: “Supongo que nadie usa ese trampolín”.
Ella rió. “¡Nuestro hijo lo usa todo el tiempo! ¡Le encanta!”.
“¿Incluso con la piraña?”.
“¿Quién, Buba?”, contestó. “Buba no molesta a nadie, siempre y cuando sea alimentada”.
Un rato después, esa misma tarde, alguien elevó la voz y dijo: “¿Quién se anima a meterse en el lago?”.
El silencio fue tan absoluto que podía escucharse el viento moviendo las hojas.
Personificando la invencibilidad de una atleta adolescente, me oí decir: “Lo haré, ¡ninguna piraña se comerá mi carne!”.
Caminé con confianza hasta el borde del trampolín y miré hacia el lago. De repente me congelé, paralizada por el miedo.
Me di vuelta. Todo el equipo estaba con los brazos cruzados, esperando a ver si estaría a la altura de mi jactancia. No podía defraudarlos.
Con el corazón en la garganta, dije: “Aquí voy”.
Cerré los ojos, tomé aliento… y salté.
Por una fracción de segundo mis pies se sacudieron en el aire. No había vuelta atrás. Mi corazón latía ferozmente pero, en unos segundos, pasé de sentir un intenso miedo a sentir una gran alegría.
Durante toda la tarde peleamos por la oportunidad para saltar al lago una y otra vez. Fue un hermoso día.
En la vida, muchas veces nos encontramos al borde de ese trampolín. Se nos presenta una oportunidad, un desafío, y nos morimos de miedo. No podemos echarnos atrás, pero tampoco podemos dar un paso adelante.
En ocasiones nos sentimos confiados, fuertes y capaces de dar el paso siguiente. Otras veces nos sentimos inseguros y que no valemos nada. Constantemente tenemos esta dualidad. Parte de nosotros nos imagina conquistando montañas, saltando desde precipicios. Otra parte se acobarda por el miedo y desea estar en cualquier otro lugar.
¿Quién somos en realidad? ¿El intrépido conquistador o el tímido cobarde? ¿Cómo superamos el miedo?
Dios te apoya
Imagina que saltas por primera vez en caída libre desde un avión. Puede que al principio te aterre saltar, pero atado a tu espalda hay un paracaidista que tiene muchos años de experiencia. Sabe exactamente cuándo saltar, cuándo tirar de la soga y cuándo aterrizar. Puedes saltar, porque sabes que alguien te está cubriendo la espalda.
En la vida, nuestro paracaidista personal es Dios. Encontrar la fe para saltar es difícil. Nos resistimos naturalmente a situaciones que nos asustan. Sin embargo, enfrentar nuestros miedos nos permite superarlos. Dios nos cubre la espalda. Y está bien tener miedo.
Enfrentar desafíos puede convertir al león que llevas dentro en un cobarde. Entender que Dios te cubre la espalda requiere esfuerzo. Presento aquí dos sugerencias para ayudarte a concretizar esta idea.
Una forma de recordarnos que Dios está aquí con nosotros es por medio de la plegaria informal. Puedes conectarte con Dios durante todo el día por medio de plegarias casuales y conversacionales.
Por ejemplo, son las 8 p.m. y los niños deberían estar durmiendo, pero están haciendo cualquier otra cosa. Mi hijo mayor está saltando por las paredes, el bebé trepándose a mi cadera y el del medio me perfora el oído con su lloriqueo. Mi paciencia se esfuma al ritmo del avance del segundero. Parte de mí quiere gritar, pero lo que realmente quiero es controlarme y manejar la situación de la manera más calma posible. Cierro mis ojos y suspiro con tranquilidad, pidiéndole a Dios que me ayude a superar este momento estresante. Respiro profundo y me siento más calmada.
Al incluir a Dios en nuestros desafíos cotidianos podemos sentir Su presencia en los momentos de gran angustia. Rezarle a Dios en los momentos de temor nos recuerda que Él siempre está con nosotros. Nunca estamos solos.
La mano guía de Dios
En la práctica, ¿cómo podemos esforzarnos para sentir que Dios nos cuida la espalda durante los momentos en que no sentimos que lo está haciendo?
Cuando comencé a estudiar Torá en profundidad, un maestro nos pidió que escribiéramos un diario de gratitud para documentar la intervención Divina que podíamos ver en nuestra vida diaria. Nuestras anotaciones podían ser tan simples como que llegamos a la puerta del ascensor justo antes de que se cerrara o que conocimos a la persona correcta en el momento indicado. Al principio no creía en este método, me parecía un poco infantil y no sabía qué escribir. Sin embargo, a medida que comencé a ingresar las anotaciones diarias, los resultados me sorprendieron. Me sentí genuinamente más feliz y me di cuenta de que Dios realmente nos guía en la vida. “Es bueno agradecerle a Dios… relatar Su bondad en las mañanas y Su fe en las noches” (Salmos 92:2). Es bueno agradecerle a Dios en los momentos buenos (la luz del día) para que podamos tener algo a lo que recurrir en los tiempos oscuros (la noche).
Escribir todas las ocasiones en las que advertimos la mano guía de Dios nos ayuda a darnos cuenta de que no estamos solos, incluso cuando estamos asustados. Así, podemos obtener fuerza de Dios y superar el miedo.
Anímate, pues la realidad es que no tienes que intentar ser perfecto. Tan sólo tienes que actuar sabiendo que Dios no te dejará caer. ¡Haz algo que te intimide! Di “sí”. Comprométete. Decide que quieres cambiar más de lo que le temes al cambio. No estoy diciendo que saltes a un lago lleno de pirañas ni que te tires desde un avión. Pero ponte en un lugar en el que tus piernas se estén sacudiendo en el aire y que la única opción que tengas sea ir hacia adelante.
Salta. Nunca estás solo.
por Sara Pachter via aishlatino.com