Nuestros compromisos cotidianos a menudo nos agobian generando en nosotros la sensación de no tener tiempo para hacer todo lo que queremos. Esto es especialmente cierto en relación a nuestra vida espiritual. “Me gustaría hacer yoga, meditar, hacer plegaria, estudiar, leer, etc…” son lamentos frecuentes entre nosotros. Pareciera que nuestros compromisos cotidianos son “lo urgente” que no deja tiempo para “lo importante”.
Hay un viejo cuento kabbalista sobre el hijo de un rey que vive como un mendigo que se queja de su suerte. Uno que va pasando le dice “¿Y tú por qué no vas a ver a tu padre, el rey? Él te dará comida, dinero, ropa, y hasta te ayudará a conseguir una buena esposa. ¿Por qué siendo un príncipe vives como un mendigo?”. Y la respuesta del príncipe fue “No puedo ir donde mi padre porque no tengo tiempo….”. ¿Te parece absurdo? En realidad lo es.
Cuando decimos que no tenemos tiempo para “las cosas del espíritu” estamos asumiendo que “las cosas del mundo” son algo radicalmente distinto de “las cosas del espíritu”. Pero en realidad no lo son. Es que acaso no tienes tiempo para…
- ¿…Saludar a las personas que están en el ascensor al cual ingresas?
- ¿…Preguntar el nombre a la telefonista que te atiende para despedirte con un “Gracias Alejandra” en vez de un simple “Gracias”?
- ¿…Responder el saludo del guardia que está a la entrada de una multitienda que nos dice “Buenos días, bienvenido a…”?
- ¿…Dejar pasar a los padres que van a dejar a sus hijos pequeños cuando sales apurado del estacionamiento del colegio?
- ¿…Decir “Qué buena idea, gracias” cuando el bombero ofrece limpiar los vidrios mientras echas bencina al auto, en vez de un simple “si”?
- ¿…Decir “es usted muy amable” cuando alguien lo ha sido?
Algunas conductas que pueden ser interpretadas como gestos de urbanidad, al hacerse con la conciencia correcta se convierten en práctica espiritual. La invitación es a “espiritualizar el mundo” desde lo cotidiano, y no esperar a “tener tiempo” para aprender a ver a D’s en el otro.
Que tengan una buena semana,
Afectuosamente,
Maestra Carolina Castagneto