El libro de Job comienza describiéndolo a él: un hombre justo, observante, feliz padre de familia y rico.
Un día Satán decide desafiar a D’s y le dice que en realidad Job le teme dado que no tiene ningún problema en la vida, pues tiene todos sus asuntos resueltos bajo el cuidado del mismo D’s (“Acaso Job teme a D’s en balde?). Así que D’s le permite al Satán que disponga de todos los bienes de Job, pero que a él no lo toque. Luego de haberlo perdido todo, Job sigue confiando en D’s y reafirmando su fe en él. Luego Satán vuelve a desafiar a D’s (“Tócale su piel y sus huesos y verás como te blasfema en tu propio rostro”). Y D’s permite al Satán dañar el cuerpo de Job, pero no quitarle la vida. Job sigue siendo fiel, incluso en contra de las quejas de su esposa. A continuación vienen a verle tres amigos (Elifaz, Bildad y Zofar), que se conmueven por su desgracia. Y Job se quiebra y comienza a quejarse de su desgracia y maldecir el día en que nació.
Los tres amigos le argumentan largamente que siendo D’s justo, la única explicación para su desgracia es que él haya cometido alguna transgresión (“D’s te castiga menos de lo que tu iniquidad merece”). Job se defiende afirmando no haber cometido ningún pecado, y se queja de no comprender la forma en que D’s lo ha tratado y no entender por qué a muchos hombres impíos les va tan bien hasta el último día de su vida (“Por qué los perversos viven, envejecen y acrecientan su poder?), etc.
Hasta que finalmente habla Elihú, un cuarto amigo, el más joven y dice a Job que no tiene derecho a afirmar ser un justo, y a reclamar por una aparente injusticia, porque a D’s no le afectan positivamente las buenas acciones, ni le afectan negativamente las malas acciones del hombre, como sucede con los seres humanos; por lo tanto, no se puede pretender comprender las motivaciones de D’s (”D’s es demasiado grande para el hombre”).
Y en este punto de la historia, D’s mismo interviene y habla con Job, y comienza a hablar de los misterios de la creación (“Dónde estabas tú cuando Yo eché los cimientos de la tierra?”), y de la forma en cómo dispone del bien de las más grandes y pequeñas cosas (“Quién ha engendrado las gotas de rocío? Quién ha dado inteligencia a la mente?”). En otras palabras, le dice quién eres tú para juzgar la justicia de mi proceder, tú que nada sabes (Querrás tú por ventura anular Mi juicio? Quieres condenarme a Mí para justificarte? Quién me ha dado algo que me obligue a pagárselo?). En este punto, Job reconoce humildemente su ignorancia frente al poderío de D’s (“Ciertamente he dicho lo que no comprendía, cosas demasiado prodigiosas para mí que yo ignoraba”). D’s se enoja con los tres amigos por acusar injustamente a Job y con éste por juzgar injustamente al Creador. Pero finalmente éstos se arrepienten y D’s los perdona y restablece la fortuna y felicidad de Job quien vive hasta los 140 años.
La historia de Job es la de todos nosotros, que en más de una oportunidad hemos experimentado un sufrimiento aparentemente sin sentido, que no tiene relación con lo que hacemos o no hacemos: “Por qué me pasa esto a mí si yo trato de comportarme lo mejor que puedo, pero hay gente mala a la que le va bien en todo”. La lógica subyacente es que los justos reciben siempre bendiciones y los malvados son siempre castigados. Cuando razonamos de esta manera, estamos siendo como el Satán de la historia, que vive sacando las cuentas de lo que se da versus lo que se recibe. Y en cierta medida eso es real, una parte importante de nuestros sufrimientos (y también de nuestras bendiciones) se deben a nuestras propias decisiones. Cuando se infringe una ley del universo, la reacción puede tardar más o menos, pero se manifiesta. Sin embargo, el error de los amigos de Job es pensar que ésta es la única causa, y que existe algo así como una relación matemática entre lo que se hace y lo que se obtiene.
Por otro lado, Satán piensa que la única motivación del hombre es su interés personal. Y en eso precisamente consiste el desafío que lanza a D’s.
Lo más dramático del triste pasaje por el sufrimiento de Job, es que ni siquiera cuando D’s se acerca a hablarle personalmente, le explica la verdadera razón de su sufrimiento, cual es, el desafío permanente del Satán hacia D’s. Es decir, es un drama cuya verdadera razón ni siquiera es revelada a sus protagonistas. Es decir, muchas veces somos el campo de batalla de energías en pugna que no podemos comprender ni manejar.
La respuesta final que recibe Job es que lo mejor que puede hacer es no sacar cuentas ni cuestionar las decisiones de D’s, sino sólo confiar en él, pues tiene motivos que el hombre desconoce. Tal vez no sea la respuesta que esperamos, pero hay en esta historia una importante advertencia para nosotros: Hemos aprendido que el Satan no somos nosotros , pero éste sí está en nosotros y muchas veces determina nuestra conducta. Y más de una vez tal vez hemos reproducido a nuestra personal escala la historia de Job: El Satán dentro de nosotros cuestiona al Creador, y al hacerlo, se desencadena el drama. Por lo tanto, tal vez el consejo no sea “pórtate bien y haz buenas acciones”, sino que más bien “confía en Aquél que dispone del funcionamiento de toda la Creación con una sabiduría que no eres capaz de comprender”. Cuando Job cambió su actitud (de “hacer el bien” a “confiar”), D’s lo liberó de su sufrimiento y dobló su ya inmensa fortuna.
Que siempre tengamos el deseo de fortalecer nuestra emuná, porque esa es la única clave de la felicidad duradera.
Amén.
por: Maestra Carolina Castagneto