Más que un gesto hacia el otro, saludar es nuestra plegaria en el momento de ver a nuestro amigo.

“Buenos días, señorita”, decíamos los alumnos de aquel entonces, todas las mañanas cuando entrábamos al grado para aprender a escribir, a sumar y a tener buenos modales, como el de saludar a las personas. Desde entonces tenemos asumido que “corresponde” —a quien pretende considerarse bien educado— saludar a toda persona conocida en cuanto la vea. En esto coinciden plenamente los seres humanos de las más diversas extracciones, con la diferencia, de que su saludo puede variar en la forma de realizarse: algunos se besan, otros aun se abrazan y se dan efusivas palmadas en la espalda, hay quienes se inclinan respetuosamente a la distancia, los militares tienen su propia venia y otros poseen diferentes maneras o ademanes.

En el idioma hebreo es corriente saludarse con la palabra Shalom, que sirve tanto para decir “hola” como para despedirse con el “chao”. La palabra “Shalom”, sin embargo, no se reduce a una forma de saludo, sino que significa, a su vez “paz”, y aparte de eso, no por casualidad, es uno de los nombres y atributos de Dios.

¿Qué hay en todo esto? ¿Por qué se utiliza un nombre de Dios para saludarse y por qué precisamente con la palabra “paz”?

Para comprender esto, debemos aclarar que el saludo no es únicamente uno de los modales de cortesía, sino un deseo, o mejor expresado en términos del judío creyente, un rezo (a Dios) por el bienestar del semejante. En ese significado, ni siquiera es necesario que el beneficiado se entere de los buenos augurios, pues se debe bregar por su dicha tanto si él lo sabe, o no.

Pues entonces, no existen verdaderamente los modales como una virtud en sí.

Los modales pertenecen a un juego de nuestro mundo occidental ficticio e hipócrita, en el cual prima el concepto de “cómo quedar” por sobre el “cómo es”. Lo que la Torá espera de la persona es que realmente desee bien al semejante de corazón, aun si aquel no sabe de sus buenas intenciones. La demostración pública y la manera visible del ademán del saludo es un acto adicional al deseo sincero y sirve para que el semejante sienta que está acompañado, pues eso también le da fuerza y ánimo en su tarea personal.

Entendemos entonces, porqué la mención del nombre de Dios en el saludo. Más que un gesto hacia el otro, nuestra plegaria en el momento de ver al amigo (o el que aún no lo es), está dirigida hacia Dios, para que le colme con buenaventura. El hecho de que entre todos los nombres de Dios se acostumbre utilizar “Shalom”, aquel que significa paz, integridad o armonía, es porque nada del mundo se puede realizar ni disfrutar, sin el beneficio de la paz y de la tranquilidad.

A muchos que estén leyendo esto les sorprenderá saber que saludar a la gente es una obligación religiosa. A otros les costará aprender a desearle realmente el bien al otro. Lo segundo es indudablemente más difícil que lo primero. La parte ostentosa del saludo, es cuestión de costumbre, mientras que cultivarse en la manera de anhelar permanentemente el bienestar del prójimo, requiere un trabajo sobre las características humanas propias, que pocos están dispuestos a realizar.

Extracto del libro Banim Atem, de Rav Daniel Oppenheimer

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