Ese objeto frío y duro que me “conecta” dejándome sin conexión real
Hoy es mi sexto día sin celular. Durante estos días me he sentido un poco aislada, pero esto no parece ser tan malo. He estado haciendo cosas que sé que no haría si mi celular estuviese cerca de mí, con su pantalla brillante suplicando que le preste atención.
Por ejemplo, una de las cosas que hice fue bailar el vals en el living de mi casa con mi hija de nueve meses, quien me agarraba con sus pequeñas manos mientras sonreía y se divertía con el nuevo juego que yo había inventado.
Otra de las cosas que me ha sucedido es darme cuenta de que a la una de la tarde ya había completado aquellas tareas que, por lo general, me tardan dos horas más para terminarlas.
Más aún, he pensado en escribir este artículo y efectivamente me he sentado a escribirlo…
Según la CNN, las personas suelen revisar su celular un promedio de treinta y cuatro veces por día, a veces, con solo diez minutos de diferencia. The Huffington Post asegura que el 73% de los norteamericanos sentiría pánico si perdiera su celular, mientras que solo el 14% admite que se sentiría “desesperado” si esto ocurriera.
Sinceramente, cuando mi celular dejó de funcionar el martes pasado, sentí que me invadía una leve sensación de pánico. Cuando llegué a mi casa, lo puse a cargar, y una hora más tarde, la pantalla seguía negra. Debo confesar que, mientras presionaba violentamente el botón de encendido, en vano, me comenzó a invadir la desesperación.
El martes por la noche, fui a un evento con mi esposo. Obviamente, no pude sacar fotos de la comida, ni de nosotros, ni de nada de lo que sucedió allí. De hecho, nadie más supo que habíamos ido al evento, a excepción de quienes estaban ahí. Algo verdaderamente maravilloso.
Al volver a casa, intenté por todos los medios imaginables revivir mi celular: cambié el cargador, el enchufe, e incluso, cambié el celular de habitación. Hasta lo dejé cubierto con arroz toda la noche (a pesar de que no había estado ni cerca del agua).
A la mañana siguiente, contemplé mi reflejo en la pantalla negra del celular mientras buscaba algún destello de luz que me dejara ver las aplicaciones que contenía. Lo único que vi fueron mis ojos, redondos y con miedo.
Decidimos recurrir a un experto, quien determinó que el problema se encontraba en la batería o en el puerto de carga, y entonces, cambió la batería para ver qué pasaba. Y de repente, ¡el celular volvió a funcionar!
Rápidamente, me puse al día con WhatsApp, con los mensajes de texto y con Instagram. Me alegró ver la cantidad de notificaciones de las redes sociales que me había perdido, pero ese sentimiento se esfumó en cuanto se terminó la nueva batería. Y de pronto, me quedé muy pensativa, incluso, mientras debatíamos nuevamente si llevarle el celular al experto al día siguiente.
Amanecía el miércoles, y mi hija me despertaba con sus llamados desde la cuna poco después de que el sol asomara en un cielo teñido de rosa, me maravillé ante la tranquilidad con la que se desarrollaba mi mañana.
No me apresuré en ir a chequear nada ni en actualizar mi estado ni en ver lo que me había “perdido”. No busqué desesperadamente ese objeto frío y duro que me “conecta” dejándome sin conexión real. Estaba enfocada en vivir el presente, y solo me apresuré a volver a la cama donde mi hija estaba recostada sobre su espalda y sostenía sus pies con sus manos mientras se los llevaba a la boca al tiempo que cantaba con su voz de bebé. Me recosté junto a ella y vi cómo sus ojos se llenaban de luz, y reía alegremente.
No llevé mi celular al técnico ese día.
Ni al día siguiente.
El domingo por la noche, mi esposo se lo llevó al técnico.
Hoy, a última hora, lo voy a tener de vuelta conmigo. Va a ser raro tenerlo nuevamente, escuchar el sonido de alerta con cada e-mail o mensaje nuevo. Y sin embargo, tengo esta rara sensación, este sentimiento loco, que parecería ser que no tendría que decirlo en voz alta, de que quizá, quizá…, no quiero tener mi celular de nuevo después de todo.
Estoy empezando a darme cuenta de que, tal vez, los métodos que usaba para “conectarme” no son tan buenos. Después de todo, pensemos en la forma en que nos conectamos con Di-s. A lo mejor, no quiero tener mi celular de nuevo. Di-s no está en Facebook, ni tiene línea telefónica, ni podemos seguirlo en Twitter, ni mandarle un mensaje de texto, ni siquiera darle “me gusta” a una foto suya en Instagram.
Solo podemos llegar a Di-s por medio de una forma de conexión más profunda: el rezo. El rezo no es un proceso instantáneo. Lleva tiempo meditar y considerar nuestra relación con Di-s, sin que nada externo nos distraiga. Primero, debemos apreciar y reconocer a Di-s como nuestro Creador. Luego, debemos pedirle aquello que queremos y necesitamos sabiendo que solo Él puede proveérnoslo. Y, finalmente, debemos agradecerle por lo que Él hace por nuestras vidas. Por medio de este proceso de tres pasos para rezar, creamos un vínculo que se siente, no se ve.
No es una sorpresa que las relaciones, en la actualidad, estén bastante deterioradas. Ya no hablamos entre nosotros. No tenemos charlas significativas con otras personas cara a cara para poder ver sus reacciones y sus expresiones faciales mientras interactuamos. Las relaciones ahora son a través de pantallas, de aplicaciones, del ciberespacio. ¿Cómo se supone que desarrollemos vínculos profundos?
Quizá, es momento de que utilicemos las técnicas que tenemos para conectarnos con Di-s para hacerlo con aquellos que nos rodean y que son importantes para nosotros. Quizá, es momento de que empecemos a pensar en nuestros amigos y familiares y en cuánto apreciamos el que sean parte de nuestra vida, en vez de simplemente agregarlos como “amigos” en una red social.
En seis horas, voy a tener mi teléfono de nuevo conmigo, con su pantalla brillante suplicando que le preste atención. Pero ahora, puede que lo apague por unas dos o tres horas al día para poder vincularme de una manera más significativa con aquellos que me rodean.
Mi hija se está moviendo en la cuna, y además tengo que preparar la cena para mi esposo.
Por favor, discúlpenme mientras me voy a conectar con las personas que amo.
por Blumie Abend