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Se cuenta la historia de un pobre hombre que, a pesar de su pobreza, siempre invitaba a los extranjeros y extraños a entrar en su casa y comer una comida hecha en casa.

Su generosidad era aun mas especial debido a sus a sus propias circunstancias.

En  mérito de estos actos de bondad, fue bendecido con la riqueza y pronto se encontró en una gran mansión. Ahora, un cambio comenzó a ocurrir.

Poco a poco, los pobres ya no eran bienvenidos en su casa. Primero fue una insinuación, luego fue una sugerencia, para  finalmente  ni siquiera dejar entrar a nadie a su nueva casa para no estropear las alfombras blancas tejidas a mano.

Él se mostraba  indiferente a las  súplicas de ayuda, siempre sugiriendo a los que pedían, que debían trabajar más duro.

Pronto se encontró rechazado por sus antiguos amigos y colegas. En la desesperación, pidió a un sabio anciano rabino.

Mientras hablaban en la mansión, el rabino le  señaló  un gran espejo situado en la pared frente a la calle, fingiendo ignorancia, le dijo.”Pero que  ventana más extraña! Todo lo que veo es a mí mismo, ¿dónde está la gente en la calle?”

El hombre se rió. “Maestro, ¿no es una ventana, es un espejo.”

“Pero yo no entiendo”, dijo el rabino, “Si es de cristal, como una ventana.”

“Rabino, si sólo se tratara de vidrio, usted sería capaz de ver las otras personas. Pero este es un espejo. Tiene añadida una capa de plata. Dese cuenta que usted solo se ve a sí mismo.”

“¡Ajá!”, dijo el sabio rabino. “Ahora veo el problema. Cuando se agrega la plata, todo lo que se ve a sí mismo!”

El Rebe de Lubavitch, una vez visitó un campamento de verano donde vio un aviso en la oficina diciendo: “El dinero es la raíz de todo mal.” El Rebe comentó que el aviso no estaba correcto.  El dinero, como cualquier otra cosa, puede ser usado para bien o para malos propósitos. Todo depende de la persona que lo usa”.

 

 

 

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